Julio Camba fue un
escritor un tanto peculiar de la generación novecentista cuyos libros son
recopilaciones de artículos periodísticos.
Nace en Villanueva de
Arosa, Pontevedra, en 1882. De joven emigra a Argentina donde entra en contacto
con el movimiento anarquista por lo que es expulsado del país. De nuevo en
España, colabora con periódicos de ideología anarquista. Su éxito comienza en
1908 cuando es enviado como corresponsal a Turquía. Desde ese momento, comienza
a colaborar en los mejores periódicos a los cuales envía crónicas de sus
viajes.
En Estados Unidos conoce
a Gregorio Martínez Sierra quien recopila sus artículos en tres libros: Londres, Alemania, impresiones de un español
y Playas, ciudades y montañas. Camba
solo escribe un libro y por encargo, La
casa del Lúculo o el arte de comer.
A continuación expongo uno
de sus artículos, Asesinos manuales y
asesinos intelectuales, de su libro La
Rana Viajera.
ASESINOS MANUALES Y ASESINOS INTELECTUALES.
“El otro día he recibido la visita de un joven que tenía
el rostro asimétrico, la frente huida y la mandíbula prognata.
—Perdone
usted—me dijo este hombre extraño, con voz cavernosa—. Vengo a verle porque me
han dicho que es usted un intelectual.
—Exageraciones,
calumnias de mis enemigos, que tienen, sin duda, ganas de verme en la Cárcel
Modelo—le contesté—. ¿Es usted de la Policía?
—No.
De momento, no—dijo el hombre con una sonrisa helada—. Soy un modesto asesino,
para servir a usted...
Il n'y à pas de sot métier, como dicen los franceses. La profesión de asesino,
desde que ha entrado en vigor esta ley de las ocho horas, puede, con poco
esfuerzo, producir ingresos suficientes para cubrir todas las necesidades de un
buen padre de familia.
—¿Conque
asesino?—exclamé yo, con una amabilidad que quizá no fuese completamente
espontánea—. Muy interesante. Ustedes matan a algunos hombres; pero le dan de
vivir a muchos más. Siéntese usted y dígame en qué puedo serle útil. ¿Quiere
usted, quizá, que le recomiende algunos amigos? Lo haré con mucho gusto...
Mi
visitante se dejó caer en una butaca.
—Yo
venía en busca de un intelectual—exclamó—y usted niega serlo. Esto me contraría
considerablemente. Necesito un intelectual a todo trance...
—Si
es para asesinarlo—le dije—me parece absurdo. Aunque llevara usted luego su
pelleja al Ministerio de la Gobernación, no creo que el asesinato de un intelectual
pudiese producirle siquiera lo necesario para cubrir gastos. Los intelectuales,
en este país, se cotizan a menos que los conejos.
—Pero,
en fin—repuso el hombre, que parecía dominado por una idea fija—. Aunque usted
no sea completamente un intelectual, por lo menos tendrá usted un cerebro...
Yo
me rasqué instintivamente el cráneo.
—¡Hombre!
¡Un cerebro! ¿Quién no tiene un cerebro? Claro que son muy pocas las personas
que lo usan; pero todo el mundo tiene un cerebro. Usted mismo tiene uno de esos
magníficos cerebros de criminal nato que ha estudiado minuciosamente, en
Italia, el profesor Lombroso.
—Yo
carezco de cerebro, señor mío—respondió el asesino—. ¿Es que no lee usted la
prensa conservadora? Los asesinos no somos más que brazos, instrumentos que
ejecutan las ideas de otros hombres. En tiempos del señor Lombroso teníamos, en
efecto, unos cerebros especiales, y cuando queríamos trabajar, buscábamos, de
acuerdo con nuestros gustos particulares o según la inspiración del momento, un
hacha, un cuchillo, un revólver o una maza. Hoy, en cambio, buscamos un
cerebro. El cerebro es nuestra herramienta. ¿Comprende usted mi situación? Yo
quiero asesinar a un frutero de los Cuatro Caminos; pero, antes de ponerme a la
obra, necesito un cerebro que me sugiera la idea de este asesinato. Por eso
venía a verle a usted...
Yo
me disculpé como pude; pero el asesino no se convenció.
—Usted
me engaña—me dijo—. Usted podría perfectamente sugerirme la idea que yo le
pido. Mil veces, de seguro, habrá tenido usted en su vida intenciones asesinas.
Lo que ocurre es que no quiere usted complacerme. Es usted un Tartufo.
—¡Caballero!
—Un
Tartufo, sí, señor. ¡Ah! ¡Si alguien pudiera sugerirme la idea de asesinarle a
usted!... ¡Cómo me vengaría yo entonces de su hipocresía! Pero yo soy un pobre
asesino, incapacitado por mi profesión para matar a nadie, y por eso usted se
permite abusar de mí. ¡Adiós, señor mío! Voy a revisar unas colecciones de
periódicos a ver si algún artículo de un adversario suyo me inspira la
intención de estrangularlo a usted. Hasta la vista.
Y
el extraño visitante se fue por donde había venido.”
- Para más
información de Julio Camba:
http://www.juliocamba.com