domingo, 6 de abril de 2014

Julio Camba.

Julio Camba fue un escritor un tanto peculiar de la generación novecentista cuyos libros son recopilaciones de artículos periodísticos.
Nace en Villanueva de Arosa, Pontevedra, en 1882. De joven emigra a Argentina donde entra en contacto con el movimiento anarquista por lo que es expulsado del país. De nuevo en España, colabora con periódicos de ideología anarquista. Su éxito comienza en 1908 cuando es enviado como corresponsal a Turquía. Desde ese momento, comienza a colaborar en los mejores periódicos a los cuales envía crónicas de sus viajes.
En Estados Unidos conoce a Gregorio Martínez Sierra quien recopila sus artículos en tres libros: Londres, Alemania, impresiones de un español y Playas, ciudades y montañas. Camba solo escribe un libro y por encargo, La casa del Lúculo o el arte de comer.
A continuación expongo uno de sus artículos, Asesinos manuales y asesinos intelectuales, de su libro La Rana Viajera.
ASESINOS MANUALES Y ASESINOS INTELECTUALES.
“El otro día he recibido la visita de un joven que tenía el rostro asimétrico, la frente huida y la mandíbula prognata.
—Perdone usted—me dijo este hombre extraño, con voz cavernosa—. Vengo a verle porque me han dicho que es usted un intelectual.
—Exageraciones, calumnias de mis enemigos, que tienen, sin duda, ganas de verme en la Cárcel Modelo—le contesté—. ¿Es usted de la Policía?
—No. De momento, no—dijo el hombre con una sonrisa helada—. Soy un modesto asesino, para servir a usted...
Il n'y à pas de sot métier, como dicen los franceses. La profesión de asesino, desde que ha entrado en vigor esta ley de las ocho horas, puede, con poco esfuerzo, producir ingresos suficientes para cubrir todas las necesidades de un buen padre de familia.
—¿Conque asesino?—exclamé yo, con una amabilidad que quizá no fuese completamente espontánea—. Muy interesante. Ustedes matan a algunos hombres; pero le dan de vivir a muchos más. Siéntese usted y dígame en qué puedo serle útil. ¿Quiere usted, quizá, que le recomiende algunos amigos? Lo haré con mucho gusto...
Mi visitante se dejó caer en una butaca.
—Yo venía en busca de un intelectual—exclamó—y usted niega serlo. Esto me contraría considerablemente. Necesito un intelectual a todo trance...
—Si es para asesinarlo—le dije—me parece absurdo. Aunque llevara usted luego su pelleja al Ministerio de la Gobernación, no creo que el asesinato de un intelectual pudiese producirle siquiera lo necesario para cubrir gastos. Los intelectuales, en este país, se cotizan a menos que los conejos.
—Pero, en fin—repuso el hombre, que parecía dominado por una idea fija—. Aunque usted no sea completamente un intelectual, por lo menos tendrá usted un cerebro...
Yo me rasqué instintivamente el cráneo.
—¡Hombre! ¡Un cerebro! ¿Quién no tiene un cerebro? Claro que son muy pocas las personas que lo usan; pero todo el mundo tiene un cerebro. Usted mismo tiene uno de esos magníficos cerebros de criminal nato que ha estudiado minuciosamente, en Italia, el profesor Lombroso.
—Yo carezco de cerebro, señor mío—respondió el asesino—. ¿Es que no lee usted la prensa conservadora? Los asesinos no somos más que brazos, instrumentos que ejecutan las ideas de otros hombres. En tiempos del señor Lombroso teníamos, en efecto, unos cerebros especiales, y cuando queríamos trabajar, buscábamos, de acuerdo con nuestros gustos particulares o según la inspiración del momento, un hacha, un cuchillo, un revólver o una maza. Hoy, en cambio, buscamos un cerebro. El cerebro es nuestra herramienta. ¿Comprende usted mi situación? Yo quiero asesinar a un frutero de los Cuatro Caminos; pero, antes de ponerme a la obra, necesito un cerebro que me sugiera la idea de este asesinato. Por eso venía a verle a usted...
Yo me disculpé como pude; pero el asesino no se convenció.
—Usted me engaña—me dijo—. Usted podría perfectamente sugerirme la idea que yo le pido. Mil veces, de seguro, habrá tenido usted en su vida intenciones asesinas. Lo que ocurre es que no quiere usted complacerme. Es usted un Tartufo.
—¡Caballero!
—Un Tartufo, sí, señor. ¡Ah! ¡Si alguien pudiera sugerirme la idea de asesinarle a usted!... ¡Cómo me vengaría yo entonces de su hipocresía! Pero yo soy un pobre asesino, incapacitado por mi profesión para matar a nadie, y por eso usted se permite abusar de mí. ¡Adiós, señor mío! Voy a revisar unas colecciones de periódicos a ver si algún artículo de un adversario suyo me inspira la intención de estrangularlo a usted. Hasta la vista.
Y el extraño visitante se fue por donde había venido.”
  •  Para más información de Julio Camba:
                http://www.juliocamba.com


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